miércoles, 4 de marzo de 2015

I

¿Cómo le diré? Mire usted, yo no podía hablar casi nada porque empezaba a escurrir lágrimas y… fluido nasal. Para el colmo estaba resfriada, y no me quedaban más pañuelos desechables y él no me ofrecía ni una servilleta, ni un papelito higiénico; así que tuve que dejar de llorar. Pensé en el Pato Donald o no sé… Cualquier cosa que no me inspirara el llanto. Ya recuerdo, pensé en la rabia que sentí aquel día cuando me encontré  Priscila  Velázquez en la Alameda con su esposo,  vistiendo el bonito abrigo que yo me quedé como estúpida mirando en el aparador del Palacio que está cerquita del zócalo mucho tiempo, que jamás me hubiera podido comprar. Aquel día fui a la farmacia París a comprarme mis jabones de baba de caracol para mantenerme blanca la piel, se los recomiendo, son muy buenos…  Ella sabe que la odio porque la envidio, le envido la ropa, entonces quizá no es odio, pues  sí, ¿verdad? Es envidia.  Pero me gustaría que se muriera cuando la veo, me imagino cada cosa, mire usted… Bueno es que ahora resulta que no es tan malo reconocer que uno se hace ilusiones con la muerte de las personas queridas, es psicológicamente viable,  entonces quizá ni la envidio ni la odio, sino la quiero. Porque si no la quisiera entonces no soñaría despierta con su muerte y sus legados de ropa que me dejaría.  Es tan linda Priscila conmigo, si supiera cuanto la detesto.
Bueno, bueno como que ya me desvié del tema. Yo le estaba platicando a usted de aquel día… Nefasto.
Sí, estábamos en su casa. Seguíamos en su cama. Él  dando vueltas por la habitación, preguntándome si no tenía sueño y cuando me negaba, a irme claro porque lo suyo no era una propuesta para que me quedara a dormir, entonces se levantaba y fumaba otro cigarro y vueltas a la habitación.  Cuando deje de llorar me dijo que quería saber la razón de mis hostigamientos, ¡es el colmo! Hostigamientos, hágame usted el favor. Sí quizá lo hostigue un poco pero no en plural.
Sabía que él estaba enamorado de otra, pero lo que es la vida, yo tenía razón, pero como también tenía mala reputación no me creyó nada de lo que le dije sobre su amada. No le convenía, por supuesto que le convenía más yo.  Pero ni la belleza ni la juventud estaban de mi lado.  Quizá debí haberme callado en ese momento, pero es que si hubiera sido así no le estaría contando esto en este momento, ni siquiera existiría el recuerdo. Hubiera sido como cualquier otro día que fui a su casa y le hice berrinche y le lloré. Casi nunca me embriagué a solas con él. Me gustaba molestarlo haciendo el ridículo a propósito frente a los demás, que ya nos achacaban una relación amorosa, que no es lo mismo que el tipo de relación que teníamos… Mire usted es que solo se limitaba a lo sexual. A veces él ni me quería besar, pero es penoso que una mujer como yo diga esto. Lo podría decir una cualquiera,  pero yo no soy una cualquiera.  Soy Trisha Terrazas y sé que me detestan y se burlan de mí y sé que los modales nunca se me dieron. Ay, mi pobre madre, cuando murió ha de haber pensado que dejaba sobre este mundo la peor de las calamidades, ¡a mí!  Se lo confieso, señor, pero es que no se lo confieso con antipatía, es que así es mi temperamento y me gusto como soy jum… Le confieso que no lo pensó mi santa madre, me lo dijo antes de morir… ¡Por favor Patricia, por favor deja de joder a la gente!  Sí, ahora siento un poco de tristeza porque mi madre jamás dijo una mala palabra y mire usted que en muchas ocasiones yo la llevé hasta el límite de sus cabales.
Ay como soy ¿verdad? Ya me volví a desviar del tema.                                               
A la gente le detesta que utilice pieles de animalitos.  A mí me encanta. Me los compro de segunda mano porque las “fashionistas ricas”, que en realidad no son ricas sino clase medieras altas según el INEGI las tiran a la basura y las pepenan los que venden bazar en Tepito o en el tianguis de Santa Cruz Meyehualco… Usted me entiende.
Me fascina causar controversia. Porque yo argumento que yo no fui la que oso comprar el artilugio y pagar por él mucho dinero y luego le hizo el desdén porque lo ecologista está de moda y luego como que le querían tapar el ojo al macho, ¿así se dice verdad? Y lo tiro. Yo lo rescaté, en teoría yo venero más al animal y entonces se convierte en un artilugio… Les digo que lo leí en un libro de ciencia ficción pero como esas mujeres no leen nada, ni me entienden, ni saben que dicho libro no existe o que si existe, tampoco leo.  Me justifico. Y se me ven re bien las pieles, si viera usted.  Bueno ya me ha visto.  Y de eso le cuento, porque yo estaba echada en la cama de Roberto…
¡Qué cosas! Hasta ahorita que estoy platicando un usted, Pedrito me voy enterando que llevaba planeando un tiempo matarme.  Roberto querido, hombre más frustrado en la vida no ha de existir. Claro que ahora comprendo porque me puso a leer un cuento de Chejov que me pareció triste y aburridísimo.  Pues sí, el hombre estaba loco, me quería matar y yo pensando que solo me quería cultivar un poco para no pasar más vergüenzas conmigo, jajajajajajajajaja. ¡Qué ironía!
Roberto aventó mi pielecita de zorro. Yo creo que era de zorro, al menos eso decía cuando me preguntaban. Era blanca. Roberto la odiaba porque olía a gasolina. Pero no me podía reclamar nada porque yo le dije cuando le conocí que me recomendara su tintorería porque habían cerrado la mía… Era una mentira, para acercarme a él. Y que le dan en la torre a mi zorrito, andaba luciendo oliendo a gasolina, jajajajajaja. Cuando Roberto me decía que se lo diera, que iría a reclamar el mal trabajo al negocio yo le decía, “ay, Roberto ¿pero qué le va a reclamar a esos pobres hombres que seguro nunca habían visto una piel, yo pensé que era más de categoría la cosa, pero ya qué le hacemos?”. Se fastidiaba. Y esa noche, que avienta el zorro por la ventana.
¡Por Dios, Roberto! Le grité.  Dijo que me largara de una vez, que estaba harto de escuchar por doquier que yo era su amante.  Y le dije, ¿y qué somos, querido? Y él como queriéndose arrancarse los mechones del cabello, ridículamente claro porque solo se los jalaba, el pobre hombre no era tan hombre como para una mejor caracterización de desesperación, o pienso ahora que era demasiado vanidoso… Me dijo que entonces se iba él afuera, que ojala cuando regresara ya no estuviera yo.
Y pues así sucedió. Le complací.  Le llamé a la Rorra Rodríguez, sí, ¿sabe usted? así le puse de sobre nombre a  una loca que conocí en un caberetucho de mala muerte una noche que me puse muy triste, la noche que me enteré de que Roberto cortejaba a la muchachita esta, Úrsula Linares.  Creo que la Rorra se hacía llamar Betsy, que en su acta constaba Jacinto o Javier, un nombre así de ridículo, bueno que todos los nombres,  “qué la Betsy, que Jacinto, que Javier”, eran irrisorios, le hice un favor llamándole la Rorra. No le gustaba que le llamaran Rorra Rodríguez, pero yo le decía que era el abolengo caray, llamar a la gente por su apellido. Patrañas, jaja, como si no me conociera… Pero usted sabe que actualmente ya nadie se llama por su nombre y su apellido, se han perdido bonitas costumbres, yo lo sigo haciendo. Le dan  un toche “chic” a mis relatos.
Que llega la Rorra y le conté todo, como me había despreciado Roberto, y que me dice, “ay tú, no puede ser, maldito infeliz, deberías matarte para que se le quite”… Y le dije que me tomara unas fotos, que me iba a desaparecer, así de muy mal gusto y que le enviaría a Roberto las fotos. Y que nunca más lo iba a volver a ver.
Me tomó unas cuantas, la Rorra es pésima para eso del retrato.  Y  me entristeció un poco ver que mi cuerpo estaba mejor que mi rostro, y aunque trataba de auto consolarme pensando que a mis cincuenta yo estaba aún muy bien de cuerpo, no pude evitarlo. Decidí tomarle la palabra a la Rorra y me maté. No me maté con la pistola claro está, es de muy mal gusto, y mire usted que yo tengo muy malos gustos, ahí tiene usted como me gustaba el imbécil de Roberto.  Me maté echándome a las entrañas  todas las pastillas para dormir que Roberto tenía en su ridícula cajita… Ya sabes cual, la cajita esa de la que habla el libro, que la abres y suena un vals, ya ni sé cuál, creo que ni existe.  Jajajajajajajajaja, pero que torpe soy, ya te estoy hablando de tú. ¿No te molesta, Pedrito?
Pues mira que así fue como me morí. Haciéndole un berrinche a Roberto que no me quería.
No creas que soy la única, Pedrito, la cosa es que yo lo admito. Jaja La única diferencia es que yo, lo admito. Y no dejo cartas estúpidas ni cursis. Solo procuré que no se me viera la cara en las fotografías. Sería de muy mal gusto que salieran esas perversas fotos en la prensa, pero te confieso, Pedrito que me encantaría.