¿Cómo le diré? Mire usted, yo no podía hablar casi nada
porque empezaba a escurrir lágrimas y… fluido nasal. Para el colmo estaba
resfriada, y no me quedaban más pañuelos desechables y él no me ofrecía ni una
servilleta, ni un papelito higiénico; así que tuve que dejar de llorar. Pensé
en el Pato Donald o no sé… Cualquier cosa que no me inspirara el llanto. Ya
recuerdo, pensé en la rabia que sentí aquel día cuando me encontré Priscila
Velázquez en la Alameda con su esposo, vistiendo el bonito abrigo que yo me quedé
como estúpida mirando en el aparador del Palacio que está cerquita del zócalo mucho
tiempo, que jamás me hubiera podido comprar. Aquel día fui a la farmacia París
a comprarme mis jabones de baba de caracol para mantenerme blanca la piel, se
los recomiendo, son muy buenos… Ella
sabe que la odio porque la envidio, le envido la ropa, entonces quizá no es
odio, pues sí, ¿verdad? Es envidia. Pero me gustaría que se muriera cuando la
veo, me imagino cada cosa, mire usted… Bueno es que ahora resulta que no es tan
malo reconocer que uno se hace ilusiones con la muerte de las personas
queridas, es psicológicamente viable, entonces quizá ni la envidio ni la odio, sino
la quiero. Porque si no la quisiera entonces no soñaría despierta con su muerte
y sus legados de ropa que me dejaría. Es
tan linda Priscila conmigo, si supiera cuanto la detesto.
Bueno, bueno como que ya me desvié del tema. Yo le estaba
platicando a usted de aquel día… Nefasto.
Sí, estábamos en su casa. Seguíamos en su cama. Él dando vueltas por la habitación, preguntándome
si no tenía sueño y cuando me negaba, a irme claro porque lo suyo no era una
propuesta para que me quedara a dormir, entonces se levantaba y fumaba otro cigarro
y vueltas a la habitación. Cuando deje
de llorar me dijo que quería saber la razón de mis hostigamientos, ¡es el
colmo! Hostigamientos, hágame usted el favor. Sí quizá lo hostigue un poco pero
no en plural.
Sabía que él estaba enamorado de otra, pero lo que es la
vida, yo tenía razón, pero como también tenía mala reputación no me creyó nada
de lo que le dije sobre su amada. No le convenía, por supuesto que le convenía
más yo. Pero ni la belleza ni la juventud
estaban de mi lado. Quizá debí haberme
callado en ese momento, pero es que si hubiera sido así no le estaría contando
esto en este momento, ni siquiera existiría el recuerdo. Hubiera sido como cualquier
otro día que fui a su casa y le hice berrinche y le lloré. Casi nunca me
embriagué a solas con él. Me gustaba molestarlo haciendo el ridículo a propósito
frente a los demás, que ya nos achacaban una relación amorosa, que no es lo
mismo que el tipo de relación que teníamos… Mire usted es que solo se limitaba
a lo sexual. A veces él ni me quería besar, pero es penoso que una mujer como
yo diga esto. Lo podría decir una cualquiera,
pero yo no soy una cualquiera. Soy
Trisha Terrazas y sé que me detestan y se burlan de mí y sé que los modales
nunca se me dieron. Ay, mi pobre madre, cuando murió ha de haber pensado que
dejaba sobre este mundo la peor de las calamidades, ¡a mí! Se lo confieso, señor, pero es que no se lo
confieso con antipatía, es que así es mi temperamento y me gusto como soy jum…
Le confieso que no lo pensó mi santa madre, me lo dijo antes de morir… ¡Por
favor Patricia, por favor deja de joder a la gente! Sí, ahora siento un poco de tristeza porque
mi madre jamás dijo una mala palabra y mire usted que en muchas ocasiones yo la
llevé hasta el límite de sus cabales.
Ay como soy ¿verdad? Ya me volví a
desviar del tema.
A la gente le detesta que utilice pieles de animalitos. A mí me encanta. Me los compro de segunda
mano porque las “fashionistas ricas”, que en realidad no son ricas sino clase
medieras altas según el INEGI las tiran a la basura y las pepenan los que
venden bazar en Tepito o en el tianguis de Santa Cruz Meyehualco… Usted me
entiende.
Me fascina causar controversia. Porque yo argumento que yo
no fui la que oso comprar el artilugio y pagar por él mucho dinero y luego le
hizo el desdén porque lo ecologista está de moda y luego como que le querían
tapar el ojo al macho, ¿así se dice verdad? Y lo tiro. Yo lo rescaté, en teoría
yo venero más al animal y entonces se convierte en un artilugio… Les digo que
lo leí en un libro de ciencia ficción pero como esas mujeres no leen nada, ni
me entienden, ni saben que dicho libro no existe o que si existe, tampoco
leo. Me justifico. Y se me ven re bien
las pieles, si viera usted. Bueno ya me
ha visto. Y de eso le cuento, porque yo
estaba echada en la cama de Roberto…
¡Qué cosas! Hasta ahorita que estoy platicando un usted,
Pedrito me voy enterando que llevaba planeando un tiempo matarme. Roberto querido, hombre más frustrado en la
vida no ha de existir. Claro que ahora comprendo porque me puso a leer un
cuento de Chejov que me pareció triste y aburridísimo. Pues sí, el hombre estaba loco, me quería
matar y yo pensando que solo me quería cultivar un poco para no pasar más
vergüenzas conmigo, jajajajajajajajaja. ¡Qué ironía!
Roberto aventó mi pielecita de zorro. Yo creo que era de
zorro, al menos eso decía cuando me preguntaban. Era blanca. Roberto la odiaba
porque olía a gasolina. Pero no me podía reclamar nada porque yo le dije cuando
le conocí que me recomendara su tintorería porque habían cerrado la mía… Era
una mentira, para acercarme a él. Y que le dan en la torre a mi zorrito, andaba
luciendo oliendo a gasolina, jajajajajaja. Cuando Roberto me decía que se lo
diera, que iría a reclamar el mal trabajo al negocio yo le decía, “ay, Roberto
¿pero qué le va a reclamar a esos pobres hombres que seguro nunca habían visto
una piel, yo pensé que era más de categoría la cosa, pero ya qué le hacemos?”.
Se fastidiaba. Y esa noche, que avienta el zorro por la ventana.
¡Por Dios, Roberto! Le grité. Dijo que me largara de una vez, que estaba
harto de escuchar por doquier que yo era su amante. Y le dije, ¿y qué somos, querido? Y él como queriéndose
arrancarse los mechones del cabello, ridículamente claro porque solo se los
jalaba, el pobre hombre no era tan hombre como para una mejor caracterización de
desesperación, o pienso ahora que era demasiado vanidoso… Me dijo que entonces
se iba él afuera, que ojala cuando regresara ya no estuviera yo.
Y pues así sucedió. Le complací. Le llamé a la Rorra Rodríguez, sí, ¿sabe
usted? así le puse de sobre nombre a una
loca que conocí en un caberetucho de mala muerte una noche que me puse muy
triste, la noche que me enteré de que Roberto cortejaba a la muchachita esta, Úrsula
Linares. Creo que la Rorra se hacía
llamar Betsy, que en su acta constaba Jacinto o Javier, un nombre así de ridículo,
bueno que todos los nombres, “qué la
Betsy, que Jacinto, que Javier”, eran irrisorios, le hice un favor llamándole la
Rorra. No le gustaba que le llamaran Rorra Rodríguez, pero yo le decía que era
el abolengo caray, llamar a la gente por su apellido. Patrañas, jaja, como si
no me conociera… Pero usted sabe que actualmente ya nadie se llama por su
nombre y su apellido, se han perdido bonitas costumbres, yo lo sigo haciendo.
Le dan un toche “chic” a mis relatos.
Que llega la Rorra y le conté todo, como me había despreciado
Roberto, y que me dice, “ay tú, no puede ser, maldito infeliz, deberías matarte
para que se le quite”… Y le dije que me tomara unas fotos, que me iba a
desaparecer, así de muy mal gusto y que le enviaría a Roberto las fotos. Y que
nunca más lo iba a volver a ver.
Me tomó unas cuantas, la Rorra es pésima para eso del
retrato. Y me entristeció un poco ver que mi cuerpo
estaba mejor que mi rostro, y aunque trataba de auto consolarme pensando que a
mis cincuenta yo estaba aún muy bien de cuerpo, no pude evitarlo. Decidí
tomarle la palabra a la Rorra y me maté. No me maté con la pistola claro está,
es de muy mal gusto, y mire usted que yo tengo muy malos gustos, ahí tiene usted
como me gustaba el imbécil de Roberto.
Me maté echándome a las entrañas
todas las pastillas para dormir que Roberto tenía en su ridícula cajita…
Ya sabes cual, la cajita esa de la que habla el libro, que la abres y suena un
vals, ya ni sé cuál, creo que ni existe.
Jajajajajajajajaja, pero que torpe soy, ya te estoy hablando de tú. ¿No
te molesta, Pedrito?
Pues mira que así fue como me morí. Haciéndole un berrinche
a Roberto que no me quería.
No creas que soy la única, Pedrito, la cosa es que yo lo
admito. Jaja La única diferencia es que yo, lo admito. Y no dejo cartas
estúpidas ni cursis. Solo procuré que no se me viera la cara en las fotografías.
Sería de muy mal gusto que salieran esas perversas fotos en la prensa, pero te
confieso, Pedrito que me encantaría.
Muy entretenido el relato, no me esperaba el final. Roberto no valía la pena u.u
ResponderEliminarNo pudiste darme mejor regalo de cumpleaños que tus deliciosas letras. me encanto tu relato.
ResponderEliminar